lunes, 8 de junio de 2009

Orden del día alterado


Orden del día

5:00 levantarse, salir de la celda.

6:30 prepararse para el café.

8:30 salida a los patios.

17:00 de vuelta al pabellón.

22:00 encierro en la celda hasta que el reloj vuelva a marcar las 5:00 a.m.

Viernes 24 de abril del 2009.

Hoy el día se promete menos largo.

Más actividades. Las internas lucen distinto, están más bonitas. No importa si votan o no, el mundo ha llegado a verlas, tienen que sentirse lindas.

Entre las 8:00 y las 17:00 horas los medios registran un día anunciado como histórico, la votación de las presas sin sentencia cambiará el inmutable orden del día.

El territorio está rígidamente dividido por el fulgor del sol. En la parte sombreada están todos los que miran como si no fueran parte del rincón más oscuro del laberinto social, denunciando no pertenecer. Parados en grupo, con mirada recelosa viendo y comentando cautelosamente cada movimiento, preferiblemente cerca de la policía. En la otra mitad las dueñas de casa. Negras, cubanas, colombianas, ecuatorianas, búlgaras, españolas cubren su rostro haciendo un arco con las manos sobre la frente.

El bullicio durará poco, pasado el medio se cerrará el recinto electoral y todo continuará como hasta hoy.

Fuera del centro hay carros de policía y medios. Varios recibimientos para el que llega, tres puertas, identificaciones y sellos. Pasado los filtros de seguridad en la puerta más cercana al patio se vende pescado, el olor inunda los pasillos sirviendo de guía para el forastero. “Siga el pasillo, hasta que el olor desparezca, ahí está la cancha, ahí están votando” dice la guardia que registra los bolsos, escrutando miradas y ropa.

Los de credencial en el cuello entran registrando imágenes de todo lo que el panorama ofrece, pizarras, letreros con faltas de ortografía y un sinnúmero de muebles apiñados en los cuartos, todos inservibles.

Seguido el recorrido se encuentran piedras de lavar, fétidos baños de baldosas verdes y cuarteadas, ropa colgada entre la rejas, sobre las ventanas, juguetes regados.

Donde pega el sol el jolgorio de las elecciones es apaciguado por las voces y risas predominantes de un grupo de raza negra. Grandes, imponentes, atolondradas y toscamente maquilladas ofrecen tortillas con caucara a un dólar el plato. Diagonal están sentadas Nelly, “la abuela curincho”, Narcisa y Lucinda. Todas residen en el pabellón Amazonas, el más barato, todas están aquí por le mismo motivo. Tráfico de drogas. “Aquí la entrada cuesta, las camas, el gas, el aseo. Encima de que entras sin plata porque te quitan hasta las bambalinas te piden dinero. Sin plata no se vive, por lo menos necesitas unos 50 dólares para vivir en paz, todo te quitan, esa plata no la vuelves a ver” dice Nelly Caisa, de 44 años.

Hoy ha vuelto a ver la luz del día, el pasado lunes fue llevada al calabozo por mala conducta, “mi esposo me metió en esto y cuando caí el hijueputa se consiguió otra”.

Cuando lo tuvo en frente, después de no saber de su paradero por más de nueve meses, todos sus remordimientos y carencias rodaron por su cabeza como una cinta, pequeñas miserables fotografías de todo lo que ha sufrido estos tres años de cautiverio. Mientras Lucinda le soba los pies se queda callada por un momento recordando lo que sucedió. Recuerda haberse lanzado al cuello con un cuchillo, “no se qué me pasó, yo terminé mi trabajo en la cocina y el Nelson llegó, así que decidí cobrármelas todas, igual cana para largo”. Su sentencia es de doce años, cayó con 4.500 gramos de cocaína.

Lucinda Espinosa Chalá, lleva un año 4 meses sin sentencia, duerme en la misma litera de Nelly, tiene 9 hijos “vienen siempre, gracias a Dios no me han dejado sola un solo minuto”. La ibarreña acepta haber sido distribuidora algunas veces “pero el día que me pescaron estaba en un comedor de Guamaní, al sur, solo tenía 180 dólares y en el acta pusieron que el dinero olía a droga, por eso me encerraron”. Comenta burlándose, su risa está humedecida por rabia e impotencia. No sabe si tendrá sentencia, cayó con 180 dólares fragantes a cocaína.

Al frente, “la abuela Curincho, caramelera de toda la vida a sus 65 años los días le pesan el doble, “iba a chillogallo y me encargaron una pañalera como me dieron diez dólares por el flete yo cogí no más, ahí me agarraron, yo ni sabía que llevaba, era un empaque verde de plástico con pastillitas dentro”. No tiene sentencia, cree que cayó con 200 gramos, no está segura de lo que dice el acta, no sabe leer ni escribir.

La última de la celda, Laura Salazar de 58 años teje y vende sus productos dentro de la cárcel, lleva 4 años, es la de más experiencia, no se queja del aislamiento porque siempre estuvo dedicada al “business de la hierba ”, solo detesta el olor a libertinaje, “mujeres besándose, abandonas sus maridos e hijos por conseguir mujer adentro, yo soy clásica, esas pendejadas si no me gustan. Qué centro de rehabilitación ni que nada, aquí uno sale más podrido de lo que llega”. Cayó con media tonelada de marihuana por la ecuatoriana, al sur, su sentencia es de 8 años.

Mientras una relata su historia, la otra sufraga, atestada de preguntas y fotografías cercanas de sus manos con las papeletas, de su cara que esquiva el lente para que sus hijos no la vean.

Todas tienen 2 cosas en común, hijos y drogas encima, para su mala suerte hace pocas horas el Ministerio de Justicia les comunicó que no habrá reforma en la ley de drogas, solo por muerte y robo. Mientras esperan a ser llamadas a la fila juegan haciendo la misma pregunta.

¿De qué te ríes Correa? “se levantó tanta expectativa sobre las reformas que estábamos felices de votar, ahora nos da lo mismo. Las 90 chicas que apoyábamos al presidente estamos indecisas, a última hora nos está dando la espalda” dice la abuelita.

Con este anuncio solo el 5% de las internas tiene derecho a soñar con una libertad cercana, el resto, no.

El olor a aceite re quemado de las frituras preparadas para el gran día permanecerá hasta la mañana siguiente. El sol azota con menos fuerza, comienza a esconderse como si hubiese terminado de contemplar el suceso. Los periodistas, policías observadores y demás se han ido.

El eco del patio vuelve, se queda desguarnecido y triste como comenzó, sin preguntas, risas ni silbidos. Un par de personas matan el tiempo caminando en círculos.

Después de esto los días serán paralelos, eternos, desesperantemente lentos.

Mejor hacerse a la idea, dice Laura, después de todo es el único lugar donde se puede sentir después de la culpa, el juicio y la reclusión.

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