viernes, 3 de julio de 2009

“La memoria del genocidio y el más sublime canto y tributo a la vida”


Cuando el presidente Harry Truman decidió atacar al Imperio Japonés a finales de la Segunda Guerra Mundial, probablemente jamás imaginó que levantaría un sinnúmero de expresiones culturales en honor a Hiroshima, Nagasaki y a las más de 200.000 personas que murieron en esta barbarie el 6 y 9 de agosto de 1945.
Pear Harbor, Hiroshima Moun Amour, Lluvia Negra, Rapsodia en Agosto son algunas de las obras que recuerdan la tragedia japonesa y rinden tributo a la vida con teatro, los libros, la música y las escenificaciones del genocidio recordado como uno de los más sangrientos y perennes en toda la historia. Flor de Hiroshima presentado el 23 de mayo en la CCE (Casa de la Cultura Ecuatoriana) es calificado por una de sus autores como “la memoria del genocidio y el más sublime canto y tributo a la vida” (Susana Reyes).
La fila de entrada especuló que el teatro se llenaría, sin embargo en la sala, que aparenta la forma de un tríptico por la ubicación de los asientos, solo la parte central se llenó a pesar de que el acto fue gratuito.
La obra de una hora de duración, carente de diálogos recapituló la tragedia a través de la música, los sonidos y el enérgico olor a incienso que comenzó a inundar la sala a las 8:12pm que se levantó el telón.
Después de la oscuridad que inundó el teatro casi dos minutos la música comenzó a sonar cada vez más fuerte. Un rayo de luz en medio de la tétrica negrura del teatro presentó a Susana Reyes quien encarnó la desdicha a través de la expresión, un par de sábanas blancas, un poco xxxxx negra, y el simulacro de un árbol deshojado. La danza japonesa de la oscuridad ha comenzado bajo la música en vivo de Moti Deren que a pesar de reconocer como fallidos algunos silencios de la obra, por la cantidad de instrumentos que se manejan simultáneamente no apuesta por los CDS. “El arte está en hacerlo en vivo”.

Susurros, niños muertos, ceniza y anciana de sol naciente son algunos de los personajes que se reencarnaron, acompañados de guitarra andina, palo de lluvia, kenas, platillos y flautas, ahora la luz permite ver ligeramente las facciones representativas de las personas como ligeras sombras. Los sonidos escenifican el sueño, la magia, la muerte, el paralelismo y la guerra.
Para algunos de los asistentes la obre fue eterna y no puede defenderse sola. Francisco Maldonado de 21 años, afirmó que la obra le pareció eterna. “La parte que más me gusto fue el final. Porque sabía que pronto terminaría”. Para otros la combinación del color, las luces, el olor y la delicadeza del tema hicieron de la obra un trago perfecto. “Ligero, entre dulce y amargo, rápido como un buen Whisky en la rocas.” Andrés Salgado (21).
El cuerpo ha seguido el compás de la música más de 55 minutos. Nuevamente la luz empieza a bajar, la música se desvanece y de repente la oscuridad provoca los aplausos y ovaciones de los asistentes que indudablemente salieron con una serie de sentimientos encontrados.
La sensación de dolor, la angustia, el mal recuerdo de la matanza, el orgullo de un canto por la vida, la maldita afirmación de la decepción que el humano debe probar para crecer. Como afirmó la presentadora del acto. “Con esta danza esperamos que un genocidio de estos jamás vuelva a ocurrir”.

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